Contra el dicho de que "hay días que más te vale haberte quedado en casa", en esto de la caza, no estoy en absoluto de acuerdo. Sin esos fallos memorables, ¡apoteósicos! en algún caso, no sería lo mismo. Sin la guasa de los amigos y los recuerdos de esos comprometidos momentos perdería gran parte de su atractivo que, no es otro que, permanecer en nuestras memoria de forma agradable.
Dicho esto y sin mas preámbulos paso a describiros como el guarro de mi vida está todavía riéndose de este montero y, sin ningún tipo de complejo, su apoteósico fallo, o más bien fallos pues cuatro sustos le arreé al animalito.
Llegamos mi amigo José Mari, su hijo pequeño Antonio y este que escribe a un pueblo de Salamanca - De cuyo nombre no quiero no acordarme - a eso de las ocho y media de la mañana. Para empezar nos zampamos unas estupendas patatas revolconas con guindillas que, estoy seguro, fueron las culpables de todas mis desdichas de aquel ¡memorable! día, pues grande fue el atracón.
Se hace el sorteo y ¡toma ya pedazo de traviesa!, eso sí un poco escorada pues era el puesto número dos. Para ya que voy a salir con el coche cuando de pronto se me monta un tipo con bigote a lo Errol Flynn, vestido con el guardarropa de mi abuelo, que no tenía vehículo (Todos estáis pensando que tenía más años que Matusalén, ¡error!, no pasaba de los treinta el muchacho). Y pensé yo, será de una nueva tribu urbana (Seguro que era gafe).
Llego al puesto y grata sorpresa, estamos en un camino en mitad de la mancha, con una alambrada ganadera a las espaldas y un llanete delante con lunares de chaparros cerrados. Los puesto vecinos están muy bien colocados por que, aunque la mancha es muy plana, las posturas están puestas aprovechando unos ligeros desniveles que hacen que no nos veamos. Me acerco para saludar y marcar donde estamos cada cual.
Me siento en una piedra disfrutando del estupendo día. Estoy en estas y a lo lejos ya oigo a los canes que ladran a "suelta". Me incorporo y permanezco atento, los guarros grandes en cuanto oyen jaleo salen por pies. Y efectivamente, a los pocos minutos veo venir un navajero por entre los manchones a trote cochinero que me va a pasar por delante a no más de treinta metros. Lo meto en la mira de mi ¡magnifico! expréss, lo pierdo entre unos chaparros y a la salida allí que lo estoy esperando. Pum, pum.......y, ¡vámonos de fiesta!, pensaría el guarro mientas apretaba el paso. Verídico como la vida misma para criar que se fue.
Todos estáis pensando que no es para tanto, que esto nos pasa a todos. Pues no, que este no era el grande, aunque bueno era, que el mónstruo viene ahora.
Me quedo como podéis imaginar hecho trizas, pero no por el guarro, si no por la profunda herida en mi amor propio que ya empezaba a estar bajo mínimos. Estoy en estas y otra ladra delante, el corazón me palpita oyéndola venir derechita cuando, a no más de sesenta metros se produce el agarre y el cuchillo del podenquero acaba con una enorme guarra. Bueno, otra vez será, y además he disfrutado muchísimo viendo trabajar a los perros.
En menos de un cuarto de hora un latido puntero rompe el silencio y la jauría responde al unísono, ¡derechito viene!, y este parece grande. Como un tiralíneas al puesto se dirige con una rehala entera de sabuesillos pisándole los talones, pero no lo veo y ya están encima. A diez metros, que no había más, lo paran los bravos perretes contra la alambrada, y alli estoy con el rifle montado, dispuesto a pegarme el gran atracón, con el corazón a doscientas pulsaciones. Al instante salta como un rayo al camino y ¡madre mía! parece un Miura, no por la bravura que también, si no por el tamaño y sus enorme navajas.
Sin pensármelo, patapán, patapán, y ¡ale! que sigue “palante” con los perros detrás como el que oye llover. Pero pienso, Felipe ¡carga! que sale al clarete que hay detrás. Así lo hago a toda velocidad (Con los expulsores recargas muy rápido) y cuando asoma a la carrera, patapam, patapan de nuevo y vamos "palante" que se acerca el carnaval.
En esos momentos ya estoy a punto de salir corriendo para no ser reconocido cuando se me acercan los rehaleros y salta el más viejo con tono guasón: Que, ¿Y el guarrito? ¿Donde está?.................No pienso describir el resto de la conversación.
Pero es que la cosa no acaba ahí, mi buen vecino, un señor muy educado de Madrid que ha medio visto, medio intuido el lance me dice: ¿Seguro que no le has dado?....... La cosa continua, pues cada vez que pasaba una rehala: ¿Usted es el del guarro grande? ...........Viene el postor y ¿Es verdad lo que me han contado?....... Llego a la comida, por supuesto con el tío de bigote, y el buen orgánico comenta: Pedazo de guarro que has fallado............ Mi amigo José Mari que no se ha comido una rosca calla y me mira compasivamente, descojonandose de risa, y le digo: Como digas algo te endiño.............
Y esta es la historia, juro que real, de un guarro impresionante y un montero fallón
¡Menos mal que no salió en la prensa!
Me alegra que existan personas, que cuentan la verdad. como debe ser, con "un par".
ResponderEliminarAl menos por mi experiencia, la mía personal y por la multitud de monterías a las que he tenido el placer de asistir, se falla muchísimo más de lo que realmente se acierta y más aún cuando hablamos de nuestros queridos guarros o traga balas.
Estoy cansado de los llamados cazadores, que mienten más que hablan.
Quizás en otra ocasión comentare la multitud de fallos propios, que normalmente suelen ser aquellas ocasiones, donde teóricamente lo tenemos más fácil.
Enhorabuena por el relato, he sido capaz de revivir multitud de situaciones similares.